miércoles, 27 de mayo de 2009

La pasión musical

Platón dijo que la música es para el alma lo que la gimnasia para el cuerpo. Nietzsche postuló que sin música la vida es un error. El depresivo (pesimista profundo) Schopenhauer dijo que en la música todos los sentimientos vuelven a su estado puro y el mundo no es sino música hecha realidad, bastante positivista su punto de vista en relación con la música al resto de sus posturas. El famoso músico sin educación musical Luciano Pavarotti pensaba que aprender música leyendo la teoría musical es como hacer el amor por correo, denotando así que su educación musical fue por oído. El sordo Ludwig Van Beethoven decía que la música debe hacer saltar fuego en el corazón del hombre, y lágrimas de los ojos de la mujer.
Empezaré retomando al neurótico de Beethoven para decirles que la música si me ha hecho llorar muchísimas veces, expongo que no puedo vivir un sólo día de mi vida sin darle de comer a mi alma y definitivamente en mi mundo vivir es un acierto.
Mis padres son músicos profesionales, de esos que hacen conciertos con orquestas, de los que interpretan la misma música que sale en las películas de vampiros y los documentales, los que instalan óperas, requiems y sinfonías; la primera melodía que escuche cuando mis pulmones no estaban todavía desarrollados no fue a Juan Ga o Julio Iglesias, seguramente fue un lieder (canción) de Schubert o algún movimiento de Couperin, denso y académico el asunto pues.
Obviamente dentro de la educación académica la música estuvo incluida para mi y todos mis hermanos, la presión por estudiarla no surgió con tanto efecto y fervor que a los demás de ellos por parte de mis padres (creo yo) , ya que soy la más pequeña de 6 hijos por parte de padre; segunda y última por parte de madre; con el tiempo la presión disminuye y las cosas se relajan. Aún así todos fuimos a la escuela de música, algunos más que otros. En mi caso comencé a tocar el violín a los 6 años, iba a clases con mi violín de 1/4 del tamaño profesional y tocaba mis pequeñas melodías del famoso método de Shinichi Susuki para violín, estaba completamente enamorada de mi maestro de violín y recuerdo haber llegado a clase sin haber estudiado pero siempre con una sonrisa y un bonito vestido.
Ahora que lo pienso no recuerdo muy bien cuantos años estudié violín (se lo preguntaré a mi madre), recuerdo muchas otras cosas, como haber estado en coros de niños y eventos didácticos musicales para chamaquitos, pero el siguiente paso fiel en mi memoria es que yo ya había cambiado de instrumento, fue en algún concierto que escuché la flauta. Si mis cuentas son claras, tenía 12 años cuando ya estudiaba flauta transversa con la cuál avancé más que con el violín ya que estudiaba muchas horas al día, leía música, estuve dentro de la orquesta juvenil, eventos, conciertos hasta en el zócalo de la ciudad de México, recitales, exámenes de cambio de nivel, mucho solfeo, mucho estudio y mucha presión. Recuerdo que mis padres adoraban el sonido que le sacaba a la flauta, el vibrato natural y esas cosas que ellos escuchaban y entendían. No se muy bien como pasó cuando la abandoné, creo que muchos años le eché la culpa a mi maestra de flauta por ser tan mamona y poco simpática, pero ahora sé que la decisión fue mía, la tomé ya que quería hacer algo que no me relacionará profesionalmente con mis padres, no por hacerlos enojar, no por contradecirlos sino por hacer algo diferente.
El dato curioso es que ninguno de los hijos de mi papá se dedico profesionalmente a la música, Yola más que todos, vive de su cultura musical.
Sí me arrepiento de no haber seguido la carrera musical, sí me dan ganas de tomar la flauta y tocar lo que tocaba antes de abandonarla pero tampoco me pone triste, simplemente si quiero tocar, la escucho y me pongo feliz.
Mi educación musical me ha dado una manera distinta de sentir la música, lo sé, lo he visto y se me ha demostrado, a veces en una fiesta o antro a mi me dan ganas de bailar con Vivaldi. Créanme que para nadie seria gracioso. Tuve grandes etapas en mi vida en las que la música llamada “culta” era parte esencial de mi todos los días, con el paso del tiempo he abierto mis horizontes hacía otros géneros musicales, pero la música culta me ha mantenido en un límite muy específico que no me deja disfrutar de géneros ínfimos a los que yo llamaría la música mala. Es una oración de mi padre al respecto de la música – mija, sólo hay música buena y mala, la mala es la que está mal hecha, desafinada, descuadrada, simple, que no nos hace vibrar y la que nos permite pensar en otras cosas; cuando la música no te deja más que pensar en ella, entonces es cuando se apodera de tu alma y es buena.
Claro que educando la percepción del oído, las cosas se vuelven exigentes a un nivel de tocar la punta de la pirámide del conocimiento. (Kandinsky, 1975) Se disparan paralelismos de conocimiento y los que nos quedamos atrás podemos no tomar ni un solo hilo para poder involucrarnos en la verdad.
Para mi la música es un idioma universal, llena de códigos y símbolos que se vuelven comunes en cultura; es el arte de combinar los sonidos de forma agradable al oído.
No pretendo involucrarme más en el estudio y la investigación específica de los elementos que la componen, entre ellos el desarrollo y la metodología para analizar y componer la música. Mis intereses y propósitos únicamente son el escucha y la retórica.
Quiero un nivel entre lo expresivo y lo musical, quiero modelar mi experiencia musical únicamente por la audición y no por la ejecución ni el estilo.
Lógicamente toda persona que escucha se convierte en un oyente, pero hay muchas formas de escuchar y en esto van a intervenir factores tan importantes como la capacidad de atención y la formación musical de quien escucha. Para la creatividad son necesarios los preceptos de información y sentimiento.
Muchas personas tienen un gran conocimiento auditivo de numerosas obras musicales, aunque no sepan leer ni interpretar una partitura, sus gustos y opiniones son excelentes, esto radica justamente en la forma en que escuchamos la música. Hay teorías al respecto, formas musicales, géneros y estilos que intervendrán en la formación del escucha, la propuesta es investigar texturas, colores, formas, planos, matices, tonalidades y estímulos sensoriales que viajan por el órgano más grande del cuerpo, la piel.

miércoles, 6 de mayo de 2009

Mi práctica docente

Tengo una formación completa en mi profesión pero lo que más me gusta de ella es que vivo intelectual y emocionalmente de ésta. Obtengo lo serio y lo divertido, la disciplina y el rompimiento de paradigmas, enseño y me enseñan. Si algo me falta en mi vida personal como por arte de magia lo obtengo en el aula sin pedirlo.
Dentro del aula tengo una personalidad graciosa pero estoica, dulce con provocación, jovial pero con experiencia, afectiva pero circunspecta. Soy una mediadora constante entre el conocimiento y mis estudiantes. Gusto de ilusionar a mis estudiantes con aprender y con el hecho de crecer como seres humanos dentro de su profesión. Expreso mi personalidad y mi amor por mi trabajo como clave primordial de mi forma pedagógica eficaz, no veo la afectividad como falta de exigencia, sino como el camino a ésta, como una sensibilidad impresionable hacía la observación y la reflexión de las necesidades intelectuales y prácticas de mis estudiantes.
Mi empatía con los estudiante se retroalimenta de manera cognitiva y aseguro así la participación y la demostración de la personalidad de cada uno de ellos, vivo colocándome en el lugar del estudiante para que éste se sienta confortable con las instrucciones, con los contenidos y sobre todo con las reglas y las evaluaciones. Entonces es el estudiante perfecto.
Es esencial para mí una actitud reflexiva completamente demostrable en el aula, ya que ésta me ofrece la óptica necesaria para saber cuáles son los procesos que debo promover con una intencionalidad completamente formativa, además de demostrarles a los estudiantes que siempre es bueno tener una mente crítica y reflexiva. Siempre he sido una persona reflexiva, me gusta observar antes de opinar, me gusta reflexionar antes de dar un punto de vista visceral.
Al entrar al aula tengo la convicción y confianza de que soy la mejor maestra del mundo. Con la seguridad que este pensamiento me otorga se adhiere a mí una coherencia entre mis actitudes y formas de acción en la práctica profesional. Puedo ser muy crítica y muy dura con mis estudiantes, pero también me recuerdo todos los días, al entrar al aula, el respeto que les debo, donde éste significa y tiene lugar entre nosotros como una forma de comunicación y diálogo, ellos me dicen que necesitan y yo ofrezco el conocimiento, si llegara a no tener la respuesta hago lo posible porque mi capacidad de investigadora salga a flote y cumplir con sus estándares. A través de la observación y el cuestionamiento percibo sus necesidades, las habilidades que les hacen falta para lograr ser los profesionales que se requiere fuera del recinto universitario.
La empatía que he recibido por parte de los estudiantes en estos 6 años de carrera académica, viéndolo en retrospectiva, se debe mucho a la flexibilidad y apertura mental a ver las cosas como ellos las ven, a conocer sus gustos e inquietudes, a estar siempre abierta y escucharlos, a bromear con ellos y a veces hacer con ellos los que les gusta fuera del aula. Siempre hago indagación sobre las imágenes que les llaman la atención, los hago interiorizar sus gustos y necesidades, exteriorizarlos bajo métodos de diseño. Siempre he sido una persona con muchas inquietudes y no me da miedo preguntar. Soy una crítica feroz y dura, siempre les advierto que es posible que les conteste con una critica, pero he sido respetada por usar el lenguaje que los estudiantes reconocen, por hacer una deconstrucción de la imagen recuperando los aciertos y retomando los errores. No me gusta hacer una crítica destructiva sin antes ver en ellos un acierto.
Este trabajo no ha sido autónomo, siempre he requerido de asesorías y consejos, ha implicado dificultad y esfuerzo, he sido mi propio panóptico y siempre trato de recuperar la práctica docente con la evaluación de los estudiantes, mi autoevaluación reflexiva y correctiva. Soy una niña Montesori, me gustan los procedimientos prácticos y claros, el ejemplo visual, personalizar la educación y sobretodo el afecto a la profesión y a los que quieren tomarla. Mi labor docente no es una casualidad.
Reflexiono acerca de la formación docente, quiero ser el docente que a mi me gustaría tener y considerar especial.
Deseo ser una influencia para los futuros profesionales de la educación, quiero ejercer un estilo en el aula que me ayude a completar mi vida de condición holística. No quiero ser una persona diferente fuera y dentro del aula. Quiero tener dentro del aula lo mismo que tengo en casa: confianzas, apoyos, planeaciones, felicidades y tristezas, logros y pérdidas.
Mi nombre es Daniela Medina Nieto, soy docente. Soy maestra en diseño y comunicación gráfica.
Mi personalidad dentro y fuera del aula está fundada por la sensibilidad, la creatividad y la percepción; la composición de las imágenes es el principal objetivo de mi práctica docente y los temas imperiosos, formales para la formación de éstas en cualquiera de las asignaturas que imparto.