viernes, 11 de febrero de 2011

El origen de la música

La música no tiene ni principio ni fin. No importa cuán lejos miremos en el pasado, siempre encontraremos humanos haciendo y escuchando música. Nuestra antiquísima actividad musical está constituida como una función de la naturaleza viva, es tan antigua como la propia humanidad y está arraigada a nosotros; aunque no seamos capaces de hacer música siempre la necesitamos para agregarle sentido a la vida. Nos definimos a través de ella generación tras generación. Por más taciturnos que fuéramos siempre vamos a crear sonido. El sonido musical tiene acceso directo al alma. Inmediatamente encuentra en ella una resonancia porque “el hombre lleva la música en sí mismo” escribe Goethe.

Hay ennumerables hipótesis antiguas y modernas sobre el origen de la música, éstas otorgan sentido práctico a la historia, evolución y documentación musical. Hay tomos gigantes relativos a cada paso registrado en la historia de la música para el impaciente cerebro que oye.

La música existe desde siempre, por lo menos desde que el hombre colocó un cuerpo elástico sometido a una tensión y a un reposo dando lugar a alguna vibración sonora, el mundo de los sonidos son el objeto de la acústica y de la naturaleza musical. El lenguaje melódico fue construyendo sus reglas elementales poco a poco, los instrumentos se han ido perfeccionando por miles de años, igual que las representaciones gráficas o escritas.

La notación musical data de 3000 a.C. pero es más joven que la escritura o cualquier manifestación gráfica de la antigüedad; la música como expresión viva es una pompa exterior de manifestaciones musicales universales que viajan desde los misteriosos antiguos y mitológicos, hasta auroras boreales de fábula, poesía y gráfica de todos los tiempos, culturas, estilos, modas, razas, etc.

La fuerza sobrenatural que ha conseguido la música a través del sonido, del ritmo y las fiestas, danzas y combates de la historia del mundo, la otorgo a su estrecha relación con los seres míticos, la magia y la religión; lo sensorial y lo esencial. Lo sublime.

El hombre que no tiene música en su interior, aquel a quien la meditación no le sugiere dulces melodías, no sirva más que para traidor, ladrón, malévolo; la voz de su interior es lóbrega como la noche, su ilusión es árida como el Erebo. ¡No confíes en nadie semejante! ¡Escucha la música!

Shakespeare

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